Eficacia reproductiva

YO PERDONÉ Y SUPERÉ LA INFIDELIDAD DE MI PAREJA

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La infidelidad conyugal se encuentra presente en todas las culturas humanas y en muchas otras especies animales. El animal humano es infiel por naturaleza. Es conveniente reconocer y comprehender el funcionamiento de nuestra naturaleza salvaje, egoísta; solo así podremos vislumbrar y formar lo genuinamente humano, benevolente, altruista.

Vivimos en una cultura donde la infidelidad es la regla. Nuestra cultura refuerza lo que la egoísta naturaleza infiel nos dicta. Somos animalitos salvajes que al ser guiados por el instinto terminamos dañando todo lo que se atraviese en nuestro camino. Se supone que la cultura, el entorno en el que crecemos tiene la responsabilidad de humanizarnos; de  propiciar el desarrollo de Habilidades Afectivas como el Autogobierno y la Empatía. El Autogobierno posibilita que  lleguemos a tener dominio sobre una de nuestras emociones más básicas e imperantes, el placer. La Empatía nos permite aprender a pensar en el otro antes de actuar, sentir el dolor, el daño que le causaríamos a nuestra pareja al serle infiel. Esto es lo que finalmente nos inhibe de ser infieles. Palabras más, palabras menos, la fidelidad se enseña y se aprende.

Yo viví  la infidelidad en carne propia. Cuando mi actual relación de pareja estaba en sus inicios, la infidelidad irrumpió en mi relación sin clemencia, sin piedad. Ahora lo puedo recordar sin rabia y sin dolor, porque logré perdonarme a mi misma y perdonar a mi pareja.

Sobreponerme a la infidelidad no fue una tarea para nada fácil, pero afortunadamente lo logré. Lo logré porque no me permití olvidarme de mí misma, por ir detrás del dolor  que me había causado mi pareja. Lo logré porque decidí sacar fuerzas desde lo más profundo de mi ser, para ponerle la cara al dolor  y hacerle saber que no podría conmigo. Lo logré porque enfoqué mi atención en identificar la enseñanza, la lección que la Vida quería darme. Lo logré porque luego de mucho darle vueltas a la situación, identifique con claridad que detrás de esa dificultad había una gran oportunidad de aprendizaje. Lo logré porque me permití conocerme mejor; saber de qué estaba hecha, qué quería, qué no quería, qué podía, para dónde iba y cómo llegaría. Lo logré porque acordé valorarme mejor; evaluar mis emociones, sentimientos y actitudes, evaluar mis creencias con respecto a la pareja, evaluar mis prácticas. Cuidarme más, apreciarme más.

En conclusión, lo logré porque gracias a que me permití acercarme aun más a mí misma, me perdoné por haber permitido que otra persona me causara un profundo Mal-Estar Afectivo.

Perdonar; definitivamente perdonar es lo que nos deja sintiéndonos mucho mejor, es lo que nos permite recuperar la tranquilidad perdida. Perdonarnos a nosotros mismos y perdonar a nuestra pareja. Aunque -valga la salvedad- si bien es cierto estamos obligados a perdonar para recobrar el equilibrio, no estamos obligados a continuar en la relación y menos, cuando nuestra infiel pareja no deja ver una clara voluntad e intención de repararnos con hechos concretos, que contribuyan con nuestra tranquilidad.

Yo perdoné la infidelidad porque mi pareja realmente se esmeró en llevar a la práctica acciones concretas, que contribuyeron con mi tranquilidad. En vista que él manifestaba una férrea voluntad por repararme y arrepentimiento, -a mi criterio genuino- lo que hice fue apelar a mi sentido de justicia y a mi más profundo sentir para hacerle saber con firmeza cómo me podía reparar. Con criterio y consistencia puse sobre la mesa las nuevas reglas del juego. Él se dedicó a esforzarse cada día por cumplir una a una mis peticiones, aunque no fue nada fácil, tanto él como yo nos mantuvimos pacientes, porque comprendíamos que se requería tiempo para ir haciendo grandes consignaciones al banco de confianza que había quedado en déficit.

Acordamos que la confianza no se podía exigir, que era necesario construirla momento a momento, día a día. Y aunque por momentos él pretendía resistirse a ciertas reglas, mi firmeza y su voluntad lo volvían a encausar y lo obligaban a actuar coherentemente. Yo simplemente me pregunté a mí misma qué necesitaba para estar tranquila y me convencí de por qué, ciertas peticiones que le había hecho libres de caprichos o arbitrariedades, debían ser innegociables.

Sabia que debía mantenerme firme, de cualquier forma iba a ganar, si él demostraba con hechos concretos su intención de construir, sería el inicio de una relación más tranquila y productiva para los dos. Y si se negaba a dar, a reconocer, a reparar, a transformar de forma autentica esa dolorosa realidad; pues me liberaría de un nocivo vínculo y podría seguir avanzando por la vida sin culpa, sin cargas. Lo único que realmente temía perder era la buena relación que tenía conmigo misma. Temía perderme a mi misma, por eso sabía que debía ser coherente.

En términos generales yo perdoné la infidelidad  porque primero me perdoné a mi misma. Y segundo, porque mi pareja se dedicó a repararme conscientemente, con hechos concretos me demostró que estaba dispuesto a aprender a valorar, cuidar y apreciar lo que tenía conmigo.

Pero esto no fue suficiente, los dos estábamos plenamente conscientes de la egoísta naturaleza humana; recuerdo que por aquel entonces nos adentramos en la obra de un riguroso divulgador científico que ha estado presente desde que nos conocimos, Antonio Vélez, quien en su libro Homo Sapiens afirma lo siguiente:

“La tendencia natural de los humanos va dirigida a buscar novedad y variedad, movidos  por la inevitable pérdida  de interés sexual hacia la pareja ya conocida (…) Mirada desde el punto de vista evolutivo, la conducta poligámica amplía apreciablemente la variedad genética de los descendientes. Es una manera eficiente y placentera de potenciar el efecto de variabilidad inducido por la reproducción sexual, aunque no exenta de riesgos y costos. La tendencia a  la promiscuidad sexual, que tantos líos sociales acarrea, puede tener su asiento en viejos y resistentes genes heredados desde tiempos muy antiguos, cuando todavía era muy importante para el individuo tener muchos y variados descendientes. Ya no cumplen esa función pero siguen ahí.”

A todo esto le sumamos la inequidad de esta vibrante cultura, la cual nos lleva a tener creencias y prácticas que con frecuencia dejan en desventaja a la mujer.  Por ejemplo, estamos muy cercanos  de la postura frente a la infidelidad que existía en la cultura griega: “La infidelidad de la esposa, trae la desgracia al marido que se convierte en un  keratas,  el peor insulto que un griego puede recibir, un vergonzoso epíteto con connotaciones de debilidad e insuficiencia. Aunque es socialmente aceptable que una esposa tolere a un marido infiel, no lo es que un hombre tolere a una esposa infiel, y si lo hace, se le ridiculiza por  comportamiento poco viril.”[1]

Como diría Antonio Vélez, “en estos asuntos entra en acción el infaltable egoísmo humano, y de la mezcla surge una paradoja de la conducta, y ante todo, una injusticia: poligamia para mí; monogamia estricta para la pareja. Desde la perspectiva evolutiva se explica la injusticia, pues la justicia no ha sido nunca criterio de selección, y si lo ha sido la injusticia. (…) El impulso general es a ser polígamos de pensamiento, de intención, de deseo, aunque en más de una ocasión la poligamia factual no se lleve a cabo.”

Quienes hemos sido victimas de la despiadada infidelidad sabemos que el dolor que se siente es voraz y profundo. Ser victima de infidelidad nos deja  a todos por igual, sin distinción de sexo, sintiéndonos profundamente lastimados. Un eminente investigador del emparejamiento humano llamado David Buss comenta que “es doloroso ser la esposa de un hombre cuyos deseos de variedad sexual le conducen a la infidelidad. Y es igualmente doloroso ser el marido de una mujer cuyo deseo de proximidad emocional la conduce a buscar intimidad con otro hombre.”

Por todo  lo anterior, y actuando en concordancia con las investigaciones que ya veníamos haciendo sobre nuestro Mundo Afectivo, decidimos que era determinante para nuestra relación que nos dedicáramos de una vez por todas a Trabajar Juntos en la generación de recursos. Teníamos claro que una de las principales necesidades que debemos satisfacer en nuestra pareja es la de Atención, y que esa Atención esta representada en el Compartirse la mayor parte del tiempo para que sea posible un Conocimiento del otro cada vez mejor, y en esa medida una Interacción con el otro cada vez más efectiva, para que al final se obtenga como resultado un Aprecio mutuo cada vez más fuerte.

Entonces lo que hicimos fue fusionar nuestras pasiones, aptitudes, experiencias, talentos, sueños, afectos, creencias y dirigirnos en la misma dirección, ir detrás de los mismos sueños, de las mismas metas, de los mismos objetivos. Pasamos mucho tiempo juntos planeando, ejecutando y teniendo pequeñas victorias compartidas que  se han convertido en pegamento para nuestra relación. Realmente esto permite que se incremente el deseo de continuar construyendo juntos cada día.

Por otro lado, de esta forma también le ayudamos a nuestros organismos para que produzcan  de forma natural  la hormona de la confianza y del apego seguro: la oxitocina. La misma que producimos en gran cantidad las mujeres cuando tenemos un hijo.  Trabajar Juntos en la consecución de recursos definitivamente fue fundamental para nuestra relación. A propósito, existen estudios científicos que demuestran como los principales índices de infidelidad se presentan con compañeros de trabajo. Si trabajamos en la generación de recursos de la mano de nuestra pareja, reducimos considerablemente este riesgo.

Adicional a esto también Trabajamos Juntos en la Crianza de nuestros hijos y en la Construcción permanente de nuestra relación.

De esta forma NOS dedicamos a combatir nuestra egoísta naturaleza infiel.  Por esto y sólo por todo esto… Yo perdoné y superé la infidelidad de mi pareja.

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[1] La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano. David Buss. Pag.206